Todavía sigue pareciéndole raro a mucha gente oir hablar de viajes en bicicleta. Curiosamente, esas personas que se extrañan y llegan a llevarse las manos a la cabeza, son las mismas que reaccionan de forma parecida cuando se habla de desplazarse al trabajo o a hacer la compra también en bicicleta. Entre otras cosas, para eso existe LorcaBiciudad, para que no resulte tan raro darse cuenta de que la bici sirve para muchas cosas más que para hacer deporte o coger polvo olvidada en un trastero.
En relación a esto, me invitan a escribir sobre algunos de los viajes en bicicleta que recientemente hemos realizado, pero antes quisiera decir algo acerca del viaje en bici en sí mismo con independencia del lugar que se visite. ¿Por qué en bicicleta existiendo otras formas mucho más rápidas y, a priori, cómodas para desplazarse? Los que viajamos en bici encontramos esa pregunta errónea en su origen y solemos responder con otras: ¿quién ha dicho que haya que ir rápido a ningún sitio?, ¿no es verdad que siempre que comemos rápido o leemos rápido tenemos la sensación de no haber aprovechado la comida o de haber entendido sólo a medias la lectura? Viajamos en bici porque queremos, necesitamos, ir despacio, porque queremos convertir el desplazamiento, y no solo el destino, en viaje, y porque de alguna manera sentimos un cariño especial hacia nuestras bicicletas, esas máquinas sencillas que pacientemente nos llevan a su antojo a recorrer preciosos lugares.
Durante los últimos años hemos salido de viaje en numerosas ocasiones. Algunos han sido viajes cortos, de dos a cinco días por parajes y provincias cercanos, pero otros han sido viajes más largos, de más de mil kilómetros, y nos han llevado a visitar lugares más lejanos. Contaremos aquí algo sobre estos últimos, los que nos llevaron a conocer un poco mejor nuestro país (La Alberquilla-Santiago de Compostela) y los que hicimos en otros países (Turquía y Marruecos).
La Alberquilla-Santiago de Compostela (Julio 2007)
Vaya por delante que no fue tan duro cruzar España en bicicleta durante el mes de julio, o tal vez fue que tuvimos la suerte de elegir un verano poco caluroso para hacerlo. Llevando como orientación la ruta marcada por la Asociación Lorca Santiago, pero reinventando el camino cada día, salimos de La Alberquilla un 18 de julio y nos presentamos en Santiago, bajo la lluvia claro, un 3 de agosto, sorprendidos de lo hermoso que descubrimos el camino, de lo grande que es nuestro país y de lo bien que se portó la gente que fuimos encontrando. Al igual que en la mayoría de los viajes, intentamos ser lo más autónomos posible, llevando con nosotros cocina, tienda de campaña y herramientas básicas para reparar las averías más frecuentes, lo que nos permite improvisar mucho sobre la ruta y no estar muy condicionados por un plan cerrado de viaje donde están previstos los principios y los finales de etapa. En total recorrimos algo más de 1300 kilómetros, de los que no olvidamos las siestas a la sombra escuchando en la radio el final de cada etapa de Tour de Francia; la Sierra del Agua entre Riópar y Alcaraz, la Ruta del Quijote por la que llegamos a Toledo, las carreteras secundarias que nos hicieron cruzar fincas con encinas y toros bravos; la señora que en Santiz nos regaló más que pan; la otra señora que nos quería sacar en un periódico de Ávila; la llegada, el albergue y los paseos en Salamanca; la entrada a Portugal y los huevos con patatas que comimos dos veces en Vinhais; la entrada de nuevo a España después de cruzar el Seguirei; el grupo de folclore que nos felicitó el camino con una canción…
En definitiva, se trata de un viaje asequible, al aprovechar el gran trabajo realizado por la citada asociación, para cualquiera que quiera iniciarse en el cicloturismo con alforjas de laga distancia, sin grandes desniveles y con muchas opciones para evitar las carreteras muy transitadas.
Turquía (Julio-Agosto 2008)
¿Adónde nos vamos este verano, Tere? Con una pregunta similar nació el viaje que realizamos el pasado verano y que nos llevó a pedalear durante 2500 kilómetros por la península de Anatolia, la actual Turquía. ¿Por qué Turquía? Ante esta pregunta nos surge inmediatamente otra: ¿por qué no Turquía? La cosa fue que armados no sabemos con qué además de con nuestras bicicletas nos plantamos en Estambul el 2 de julio. Por delante cinco semanas y poco más, porque no llevábamos ningún recorrido previsto, ninguna reserva de nada y ninguna idea de qué zonas de ese enorme país eran las más recomendadas para pedalear. Sólo teníamos dos lugares en mente: Capadocia y Kastellorizon. La primera por algún documental de la 2, supongo; la segunda por Corazón de Ulises, un libro en el que Javier Reverte nos cuenta la historia de la Grecia clásica a la vez que realiza un viaje actual por los lugares que hace más de dos milenios y medio acogieron a las personas que hoy nos hacen ser lo que somos. Léanlo.
Después de un día y medio en Estambul, paseando, haciéndonos con un buen mapa del país, acostumbrándonos sin ningún trabajo a los durum y quedándonos asombrados al caminar entre Santa Sofía y Sultanhamet, la Mezquita Azul, y por el puente Gálata, cruzamos el Bósforo en un pequeño ferry que nos llevaba, sin remedio, a pisar por primera vez Asia. Elegimos, por intuición y por consejo de un veterano mecánico de bicis, la costa del Mar Negro, Kara Deniz, como principio de nuestro viaje. Nos recibieron empinadas cuestas e inesperados paisajes frondosos junto al mar. Allí nos cruzamos con Steve y Kate, dos jubilados de Colorado, USA, que llevaban cuatro meses viajando en bici por Europa, Marruecos y Turquía. En Inebolu iniciamos el camino hacia el interior en busca de otro mar, el Ak Deniz, el Mediterráneo, que nos tenía reservada una jornada de reposo en esa isla más hermosa que pequeña y que sólo los caprichos y las estrategias geopolíticas hacen que sea griega y no turca. En la ruta quedaban las no menos caprichosas formas de las chimeneas de hadas de Capadocia, el valle de Ilhara, Derinkuyu o los grandes lagos Egirdir y Beysheir. Kas nos dio una emotiva bienvenida, pero la carretera costera que nos hubiera llevado al Egeo pronto nos quitó las ganas de seguir por ella, así que tomamos un autobús que nos llevó hasta Selçuk, es decir, hasta Éfeso, la ciudad clásica mejor conservada de todo lo se llamana Asia Menor y era griego. Desde ahí pedaleamos de nuevo hacia el interior y hacia el norte en busca de algún lugar a orillas del mar de Mármara que nos permitiera embarcar de nuevo rumbo a Estambul. Pero lo más importante, lo que más nos sorprendió y de lo que mejor recuerdo traemos fue la hospitalidad de los turcos. A todo al que se lo hemos contado y no ha estado allí nos ha dicho que exagerábamos, e incluso nosotros hubiéramos llamado exagerado al oir de otro lo que nosotros contábamos. No sólo se mostraron amables en todo momento al atender cualquier pregunta que hiciéramos, no sólo nos ofrecían té, sin falta, seis o siete veces al día, sino que un tercio de las noches del viaje las pasamos en casas particulares de personas que encontrábamos por el camino. Nos costaba creer que ante la pregunta de dónde encontrar una pensión o un lugar para montar la tienda de campaña, la respuesta fuera que nada de pensión y nada de “chadir”. El mejor lugar para pasar la noche, cenar y desayunar era la casa. Santa palabra.
El puerto del que cogeríamos el barco de regreso a Estambul fue Yalova, que andaba de feria y recibía mucha gente, por eso pasamos algunos apuros en la carretera que nos traía de Iznik. Un vez allí sólo nos quedó llamar a casa, regatear el precio del último hotel y celebrar el final del pedaleo con otro homenaje de comida turca. Después, dos días y medio en Estmbul fue tiempo sufiiente para seguir paseando y visitando los lugares mas típicos de los que yo me quedo con el puente Gálata y sus pescadores.
Marruecos (Mayo 2009)
Mayo es el mes de la alergia y quien la sufre sabe lo que quiero decir. Desde hacía varios “mayos” rondaba la idea de pedir uno de esos permisos sin sueldo que tan raras veces se solicitan y marchar, pedalendo, a algún lugar donde hubiera que haacer menos uso de los pañuelos de papel y del broncodilatador. De nuevo un ¿por qué no Marruecos? hizo que, en un principio solo y después acompañado por Gabi Chumillas (algo bueno tuvo para él el quedarse en paro), cogiera ese autobús que diariamente une Lorca con Marruecos y que poca gente conoce. Nos bajamos de él en Larache, de donde, después de descansar una noche en casa de David Babuin Vidal, empezamos a pedalear para terminar en Casablanca algo más 1800 kilómetros y tres semanas después. Si Turquía resultó ser un buen país para recorrer en bici, Maruecos no lo fue menos. Los conductores de ambos países tienen reconocida fama de ser muy malos y muy temerarios pero si se evitan carreteras muy transitadas, lo cual no siempre es posible, y se respeta la norma “si no caben todos quítate tú”, la mala fama va perdiendo fuerza. De Larache pedaleamos siempre hacia el sur y, pasando por Fez, entramos en el Atlas Medio (Ifrane, Azrou, ruta de los lagos) y de ahí al Alto Atlas (Tagoudite, Imilchil, Agoudal). Reposamos en casa de amigos en Demnate (damos las gracias a la familia de Abderrahim Andahmou y a Mustapha Nabark) y, después de una obligada visita a Djmaa l´Fnaa en Marrakech, nos dirigimos a Imlil, el pequeño pueblo desde el que se inicia la subida al Djbel Toubkal, la montaña más alta del norte de África con 4167 metros. A la vueta, después del esfuerzo y el cansancio excesivo por haber subido y bajado en un solo día, las piernas y el ánimo sólo deseaban llegar a la costa y pedalear junto a ella después de más de dos semanas de etapas montañosas. Fue en Essaouira donde volvimos a ver el mar y desde donde tomamos la carretera costera que nos llevaría a Casablanca en poco más de tres días. Allí nos hospedaría Almudena, amiga de David Babuin Vidal y bibliotecaria del Instituto Cervantes, que nos volvió a poner una cervecica fría en la mano, por lo que le estaremos eternamente agradecidos. Allí se acabó el pedaleo porque hasta Larache llegamos de nuevo en autobús para encontrarnos con el que fuera nuestro anfitrión ausente y para llenarnos el estómago de pescado recién llegado a puerto.
Puede llamar la atención que no hagamos referencia a los momentos malos, pero es que en realidad durante todas estas jornadas y estos miles de kilómetros, no han sido los momentos para olvidar más numerosos que si nos hubiéramos quedado en casa o hubiérmos viajado de otra manera. Claro que han sido algunos los días en los que nos hemos preguntado quién nos habría mandado a viajar en bicicleta u otros en los que el ánimo no andaba para dar mucho pedales, pero eso, al menos a nosotros, nos pasa dondequiera que nos encontremos.
Para los que estén interesados en probar esta peculiar forma de viajar, existen muchos lugares en internet donde encontrar información, pero en español nosotros recomendamos sobre todo uno, www.rodadas.net, que, gestionado por Álvaro Martín y Alicia Urrea, una pareja apasionada de este mundo, es especialmente útil y motivante. Si les han gustado nuestros viajes, en http://decaboarabo.obolog.com aparecen más detalles sobre ellos y algunas fotos. También irá apareciendo información y enécdotas del viaje que empieza en pocos días y que nos llevará durante un mes a visitar sobre ruedas algunos países de Europa Central.
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